Que interesante lo que cuentas en tu blog. El pensamiento mágico, ojala pudiéramos tener en ocasiones los adultos la ilusión y la alegría que tienen los niños en esos momentos.
Según iba leyendo la reflexión de Alejandro se me venían a la cabeza muchos instantes mágicos con mis sobrinos y con cantidad de niños con los que he trabajado.
Me gustaría destacar uno de ellos. El año pasado (justo por estas fechas) estuve trabajando en un centro comercial haciendo animación infantil. Yo iba vestida de duende (me lo pasé genial a pesar de estar aproximadamente unas 10 horas diarias dando saltos, jugando, cantando…).
Fue una experiencia preciosa, ver las caritas de los niños asombrados al verme vestida de duende fue genial. Más de uno y de dos me dieron unos cuantos recados: “dile a los reyes magos que quiero una bici, una muñeca, y el videojuego que les he escrito en la carta” “este año me he portado bien, díselo a Papa Noel”. Es genial, contribuir a la ilusión de cada uno de los niños.
Yo también me disfracé de Papá Noel (seguro que como más de uno y de dos). Me encantan esas cosas, y más aún observar el asombro que se causa.
El año pasado, decidí disfrazarme, pero mi sobrino mayor (6 años) me reconoció enseguida, dijo “pero si es la tía Patry, si se le caen los pantalones, Papá Noel está más gordito” y se empezó a reír a carcajadas.

Después de un par de experiencias, voy a contar la mía personal.
Uno de mis tíos me decía cuando yo era niña, que cuando llegan los Reyes Magos a dejar los regalos, pasan a la habitación de los niños y les dan un beso. Baltasar como era negro te dejaba pintada la cara de marrón, jeje que tontería ¿verdad?
Pues si era una tontería, pero la noche de antes me costaba dormirme muchísimo, incluso acaba durmiendo en la misma cama que mi hermana. Me daban miedo los Reyes, pero a la vez me encantaba sentir esa sensación.
Un día (con 7-8 años aproximadamente) una niña de mi clase me desveló que los reyes eran los padres. Yo rápidamente lo desmentí, ella decía que era imposible que pudieran ir a las casas de todos los niños en una noche. Yo lo tenía claro, eran MAGOS por lo tanto podían (o por lo menos era lo que siempre mi hermano mayor me había dicho).
Cuando llegué a casa después del cole, se lo dije a mis padres, menuda desilusión me llevé, incluso alguna lagrimilla salía de mis ojos.
En ese momento, me acuerdo que habló conmigo mi madre y luego mis hermanos. Ahora me hace gracia, pero en ese momento para mi era una enorme preocupación. ¡Nunca habían existido los Reyes Magos!
En fin, la vida seguía, pero para mí ya era distinto. Con el tiempo, me fui acostumbrando y comencé a participar en la otra realidad (nueva para mí): ir a comprar regalos para los demás con mis hermanos. ¡Tampoco estaba mal! Jeje. El pensamiento mágico de la etapa preoperacional estaba madurando.
Espero que siempre llevemos a un niño dentro de nosotros. La ilusión es una de las cosas más bonitas que podemos experimentar en nuestra vida, y es una pena que por ir haciéndonos mayores vaya desapareciendo.
Espero que en estas Navidades todos podamos ser un poquito más niños y volver a recuperar ese pensamiento mágico tan especial.
Me ha gustado escribir esta entrada porque me ha recordado infinidad de momentos personales que viví cuando era una niña, y que intento trasmitir ahora siendo adulta.